En un habitual ejercicio de simplificación histriónica de lo
político, el secretario general de Acción Democrática, Henry Ramos Allup,
declaró que “las dictaduras salen con votos.” Al preguntársele cuáles, con
relancina osadía respondió de inmediato: Chile, Paraguay y Brasil.
El contexto de esta declaración es la improvisada campaña de
la MUD para persuadir a desprevenidos electores de que ir a votar en las
elecciones de gobernadores orquestadas por el régimen, es una forma para
sacarlo del poder.
Es un argumento falaz que sigue siendo machacado ad nauseam, obviamente por los
candidatos a gobernadores de la MUD, y todos los operadores políticos que están
embarcados en la misma empresa. Sin mayor análisis o prueba repiten la frase
“las dictaduras salen con votos”, para tratar de vencer el justificado
escepticismo de los electores que no logran entender cómo se puede salir del
régimen eligiendo a unos funcionarios públicos que no tendrán ni poder ni
presupuesto para cumplir con sus promesas. La consigna es un intento lánguido
de darle sentido a lo que en realidad no tiene.
No es cierto que las dictaduras de Chile (1988), Paraguay
(1989) y Brasil (1985) salieron con
votos. El derrocamiento de esas dictaduras fue el resultado de la combinación
de: 1) El deterioro de la situación económica y social del país en manos de la
dictadura; 2) La masiva protesta popular en la calle; y 3) Las contradicciones
surgidas entre los componentes civiles y militares de esos regímenes. Esas tres
situaciones de conflicto potenciaron, en cada caso, una crisis de
gobernabilidad, que obligó a esos regímenes a optar por diferentes esquemas de
transición; y la expresión final de esos procesos políticos fueron,
efectivamente, unas elecciones con garantías mínimas de respeto a la voluntad
de los electores.
Es una tergiversación intencional decir que esas dictaduras
salieron porque un día el pueblo fue convocado a votar, y los dictadores
entregaron el poder sin protestar al conocer los resultados. En los referidos
casos y en la gran mayoría de las transiciones de dictadura a democracia, el
acto electoral sólo marca un momento crítico en una sucesión de crisis y
contradicciones, donde los sectores ciudadanos acumulan suficientes fuerzas
para derrocar política y militarmente al régimen. El acto electoral es tan solo
la ratificación de una nueva situación política que ya había sido previamente
decidida en las calles por la vía de la presión popular.
Pero si le damos el beneficio de la duda al espadachín de la
MUD, y aceptamos aunque sea parcialmente su argumento, habría que considerar la
naturaleza de las elecciones que él mismo ha invocado. En ninguno de los casos
citados, el pueblo fue convocado a derrocar al régimen eligiendo funcionarios
públicos tales como concejales, alcaldes o gobernadores. En los tres casos se
trató de elecciones nacionales, de envergadura, de naturaleza plebiscitaria, con
un reclamo categórico para ponerle punto final a esos regímenes.
Asemejar la dimensión histórica de los procesos políticos
vividos en la recuperación democrática de Chile, Paraguay y Brasil, con la
elección de gobernadores en Venezuela este año, es una generosa licencia que tan
solo la falacia argumental de Ramos Allup se puede permitir.
Al participar en las elecciones de gobernadores, los
candidatos de la MUD han aceptado voluntariamente degradar el discurso político
para abandonar los grandes temas nacionales de la crisis humanitaria, los
presos políticos, y la recuperación de la libertad; y abrazar el discurso
populista y clientelar de las aceras y brocales.
Es lastimoso ver a estos jóvenes dirigentes abandonar sus
espacios naturales de lucha en la Asamblea Nacional para ir en la búsqueda
afanosa de otros espacios inciertos, y luchar para ser los empleados
subalternos justamente del régimen que queremos derrocar.
Por el contrario, al votar en estas elecciones de
gobernadores se le hace una doble e inmerecida colaboración a la dictadura.
Primero, se legitima un sistema político y electoral perverso, cuyas reglas de
juego están diseñadas para procurar ventajas sólidas a los candidatos del
gobierno. Este acto público de legitimación parece tener sin cuidado a los
candidatos de la MUD. Lo que sorprende es que tampoco muestren preocupación por
el hecho de ir a una elección, a ciegas, sin siquiera tener definida la fecha
del acto electoral. Esto, digamos, sería lo menos que podrían haber exigido.
Pero lo más pernicioso de este argumento es la súper letal
arma secreta que el régimen introduce en el corazón mismo de la oposición para
usar sus propias energías contra ella: El llamado al voto en estas condiciones
lleva implícito un mandato para desmovilizar la calle y apostarle a la ilusión
electoral dentro de las viciadas reglas de juego del Estado chavista. Así, el
régimen termina usando a los candidatos a gobernador de la MUD para propagar el
adormecimiento, la confusión y la división en el sector opositor.
La lógica detrás de “las dictaduras salen con votos” es la
misma lógica que arrastró a la oposición a la Mesa de Negociación y Acuerdos en
2002-2003, a las negociaciones secretas en el 2016, y a las que ya están en
curso en este mes de septiembre. Por esa vía ya llevamos 19 años. Seguir
votando, legitimando y cohabitando solo pavimentará el camino para que el Estado
chavista siga en el poder los próximos 20.
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