Bien temprano entendió Hugo Chávez que la única forma de
mantener en el tiempo su modelo totalitario era tomando por asalto las
instituciones fundamentales del poder público en Venezuela. Esto le permitió
regular a su conveniencia las reglas del juego político para controlar su
resultado. Así ocurriría con la sucesión de directivas de un Consejo Nacional
Electoral al servicio del gobierno, que diseñó los mecanismos más perversos
para torcer la voluntad de los ciudadanos, como el famoso “Kino de Chávez” para
la Constituyente de 1999.
A esto se sumaría todo un elenco de artificios manuales y
electrónicos para darle un barniz democrático a un sistema electoral que
procura todas las ventajas para el partido oficialista, sin dejar a sus
adversarios margen para el reclamo. Esto no ha cambiado.
Luego vendría el secuestro del poder judicial, la
partidización de las fuerzas armadas y, en fin, el sometimiento de todas las
instituciones públicas a la voluntad del Estado totalitario chavista. Las
decisiones de la camarilla gobernante son presentadas a la sociedad como las
decisiones del Estado. Un Estado donde no hay garantías, ni separación de
poderes. La máxima expresión de este fraude político ha sido la elección
espuria de una Asamblea Constituyente que no representa a la sociedad
venezolana, y que redactará la nueva Constitución para gobernar a la mayoría
según los intereses del régimen chavista.
Para funcionar, este fraude a la Constitución, a las leyes y
al Estado de derecho, necesita de otras fuerzas que ayuden a mantener la
apariencia de una confrontación, que alimente la ilusión de un cambio dentro de
ese viciado sistema. Este es el papel que han jugado la mayoría de los partidos
de la oposición desde 1999, participando en una u otra elección, y algunas veces
dejando de participar (2005); pero siempre dentro de los estrictos límites de
las reglas de juego del Estado chavista.
El fraude a la Constitución y las leyes que perpetra todos
los días el régimen para seguir en el poder es posible por la concurrencia
simultánea de la estafa electoral. Esto es el engaño a los ciudadanos para
hacerles creer que, votando dentro de las condiciones del Estado chavista, será
posible que el chavismo algún día entregue el poder. Es lo que hace hoy la MUD
con su participación en las elecciones de gobernadores como agente legitimador
de un régimen que dice combatir.
El núcleo de la estafa es el engaño. Sin embargo, para que
funcione debe contar con cierta cooperación de la víctima. El deseo de millones
de venezolanos para salir desesperadamente de esta dictadura los convierte en
blanco fácil del discurso falso y engañoso de la MUD. En esta oportunidad la
promesa ilusoria es que votando y eligiendo nuevos gobernadores se logrará el
cambio político. No es cierto. Desde ya se sabe que, dentro de este sistema
electoral fraudulento, la oposición obtendrá los gobernadores que quiera el
régimen. Y aunque la oposición obtuviese la totalidad de las 23 gobernaciones,
serán funcionarios subordinados, no sólo a la Constituyente sino también al
poder ejecutivo que preside Nicolás Maduro, y con menos poder que la Asamblea
Nacional.
Al llamar a votar en la elección de gobernadores, lo único
que se logra es propagar y prolongar esa nociva y peligrosa ilusión de un
cambio dentro del sistema totalitario chavista. Por eso en su discurso engañoso
y falaz, la MUD siempre habla de un cambio de gobierno, de una transición
dentro del mismo Estado; y no de una ruptura democrática con el modelo de Estado
y sus reglas de juego, que hace elecciones para que nadie cambie.
La estafa electoral del 2017 es el preámbulo a otra mayor
que el gobierno develará en el 2018, y para la cual necesitará nuevamente el
concurso de esta “oposición”. Se trata de las elecciones presidenciales, pero
dentro de un modelo y condiciones aprobados por la Constituyente, en las cuales
seguramente la MUD llamará a participar “para dar la pelea con votos”, y luego
reconocer su resultado, cualquiera que este sea. Mientras la pelea se siga dando
en el terreno conveniente y movedizo del adversario —como lo ha hecho la MUD— será muy difícil avanzar. Dieciocho años de
marchas y contramarchas así lo demuestran. El fraude y la estafa electoral
deben ser denunciados como las dos caras
de un mismo engaño que se comete contra los venezolanos.
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