Es una obviedad decir que Venezuela no es Siria. Pero el empeño de algunos en simplificar y banalizar lo político obliga a repetir lo obvio para no seguir dando vueltas en el mismo círculo vicioso en el que estamos metidos los venezolanos desde 1999.
Por supuesto que hay razones para celebrar el derrocamiento de un
sanguinario tirano como Bashar al-Assad en Siria, pero un examen más detallado
de la coalición de intereses y fuerzas musulmanas que ahora toman el poder
debería provocar prudencia hasta que se defina la orientación del nuevo
gobierno. Esto no resta importancia al
hecho concreto que al menos este nudo ha sido desatado a pesar de lo doloroso e
incierto que esto pueda ser.
Lo primero que habría que precisar es que aunque Bashar al-Assad
huyó hacia Rusia no es correcto caracterizar el evento como la caída de ese
régimen sino más bien como su efectivo derrocamiento. La idea de caída sugiere
el desplome del sistema en un vacío cuando en realidad lo que ha ocurrido es el
resultado de intensas luchas que se prolongaron en el tiempo para derrotar al
régimen. Es decir, sin fuerzas militares
actuando contra ese régimen su salida jamás habría ocurrido en forma espontánea
y automática.
La tesis de la caída o el colapso del régimen de Bashar al-Assad sin
tomar en cuenta las cruentas guerras que llevaron a eso es una tesis propagada
por quienes quisieran ver en Venezuela también una especie de desenlace
milagroso, esto es que un día amanezca y ya no existiera el régimen chavista
porque por razones desconocidas, que tampoco interesa conocer, ha caído o
desaparecido.
Una tesis fundamental en la lucha política y en los asuntos
militares es que los vacíos no existen. Los espacios siempre son ocupados por
fuerzas que están en tensión y lucha unas contra otras. Los regímenes políticos
y más concretamente las tiranías simplemente no caen porque moralmente son
perversas sino porque en una coyuntura específica un conjunto de fuerzas,
internas o externas, alcanzan masa crítica y actúan para su derrocamiento.
Quienes apuestan por la “caída” espontánea del régimen chavista
tendrán que seguir esperando que al igual que en Siria ahora en Venezuela se
produzca una coalición de intereses y fuerzas dentro y fuera de Venezuela que
tengan la capacidad para articularse militarmente y logren derrocar al
chavismo.
Y aquí hay otra gran diferencia entre Siria y Venezuela. El
derrocamiento de Bashar al-Assad en Siria no fue el resultado de unas
elecciones fraudulentas sino de una compleja y prolongada operación militar que
combinó fuerzas internas y externas. Por supuesto que se puede invocar las
diferencias y las especificidades culturales y políticas entre Siria y
Venezuela para explicar porque la lucha armada allí tuvo un desenlace y aqui
aun no, pero lo que también es cierto es que si la oposición a al-Assad hubiese
optado por por buscar la salida del régimen por vías institucionales
seguramente ese régimen aún estaría en el poder.
Venezuela no es Siria, ni Nicolás Maduro es Bashar al-Assad. Esto
que es obvio hay que recordarlo para no seguir cayendo en el error de creer que
el chavismo se cansara de martirizar y destruir a Venezuela para mansamente
entregar el poder o que algún día nos sorprendan con la noticia de que el
régimen chavista milagrosamente ha caído. Para ver en Venezuela algo parecido a
lo ocurrido en Siria tendría que producirse una conjunción de fuerzas y
movimientos militares, internos y externos, que se impongan sobre el régimen
chavista y lo expulse del poder. Todo lo cual es posible, pero en actual
coyuntura parece improbable.- @humbertotweets
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