El verdadero poder político del Estado chavista no proviene de las elecciones, aunque estas se usen como fachada legitimadora. Durante 25 años, los venezolanos han sido llamados repetidamente a procesos electorales sin que esto haya modificado la estructura de poder fundamental.
Entonces, ¿de
dónde emana ese poder? En Venezuela, donde las instituciones estatales han
desaparecido hace tiempo, el poder real reside en quienes tienen las armas.
Ellos controlan el monopolio de la violencia frente a una población civil
desarmada, incapaz de defenderse o de revertir este desequilibrio mediante vías
institucionales.
Por ello, las
elecciones jamás han una preocupación para el chavismo. Su prioridad radica en
mantener la lealtad dentro de las fuerzas armadas, cuya complejidad interna se
asemeja a un ecosistema en constante conflicto. Entrecruces de lealtades y
agendas crean una red difícil de desenredar, donde todos se identifican como chavistas
y bolivarianos, pero luchan entre sí.
Muchos
analistas suelen interpretar las acciones del chavismo como torpes o
desesperadas. Un ejemplo es la llamada “conspiración del brazalete blanco”, una
trama plagada de incoherencias. Testigos cuestionables y mapas obsoletos han
sido usados por el fiscal Tarek William Saab para justificar una conspiración
con acusados que no se conocen entre sí, carecen de recursos y, en algunos
casos, ni siquiera pertenecen ya a las fuerzas armadas.
Algunos
celebran estas supuestas torpezas, pero cabe preguntarse si no forman parte de
un plan deliberado. Los acusados carecen de capacidad real para ejecutar las
acciones que se les atribuyen. Sin embargo, esta estrategia no es nueva. Casos
como el del teniente Ronald Ojeda Moreno, asesinado en Chile, muestran cómo el
chavismo recurre a métodos extremos para neutralizar cualquier potencial
amenaza.
Lo que queda
claro es que mientras el régimen promueve la ilusión electoral (¡ahora viene la
de las elecciones regionales del 2025!), endurece su campaña de terror dentro
de las fuerzas armadas. Con acciones brutales y aparentemente absurdas, envía
un mensaje claro a sus oficiales: no hay límites para perseguir, torturar o
eliminar a quienes representen una posible amenaza.
Montajes como
el del “brazalete blanco” o el llamado “golpe azul” no solo justifican
persecuciones internas, sino que refuerzan un clima de desconfianza
generalizada entre los oficiales. Este ambiente tenso es clave para prevenir
insurrecciones y es una táctica copiada del Estado cubano. Incluso los
secuestros de militares en el extranjero demuestran hasta dónde puede llegar el
régimen para infundir miedo y desmovilizar conspiraciones reales.
El chavismo
concentra todos sus esfuerzos en el ámbito militar porque sabe que ahí radica
su origen y su posible fin. La estabilidad del régimen depende de controlar
este sector, el único capaz de alterar el rumbo del país. Se podría decir que
el fascismo chavista del siglo XXI se impuso a fuerza de violentar y reventar las
instituciones del Estado venezolano. El cálculo más probable es que también
termine por la fuerza, no por negociaciones ni elecciones.- @humbertotweets
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