“Deseos no preñan” es un refrán muy popular venezolano que contiene una potente carga de materialismo político. Literalmente sería como decir con el puro deseo es imposible embarazar a una mujer. Hay que hacer algo más. Esto aplicado a la política es la brutal e inevitable confrontación entre la realidad y la fantasía. En otras palabras, una cosa es lo realmente existente y otra lo que uno quiere que sea.
Hay
una tendencia perversa que ha dominado a la oposición venezolana desde 1999 y
es aferrarse a las ilusiones para alimentar falsas esperanzas de un atajo cortoplacista
y fácil para salir del chavismo. Esa concepción idealista de la política es la
que llevó desde un principio a ignorar las graves señales que lo que teníamos
al frente era un enemigo inédito que habría que enfrentar igualmente con
fórmulas inéditas, no con las ya conocidas de negociaciones y elecciones.
Desde
un primer momento el chavismo mostró con claridad su intención de usar el gobierno para controlar el estado e
imponer incluso con una constitución a su medida un nuevo régimen político. Esto
planteaba entonces una confrontación definitiva para desmontar por la fuerza
ese régimen político, no para disputarle electoralmente el gobierno al chavismo
sino para detener su plan de controlar todas las instituciones, incluyendo la
militar.
Diferentes
tendencias y operadores se han alternado desde 1999 en la conducción de la
llamada oposición venezolana, que con el tiempo sería rebautizada por los
venezolanos como la falsa oposición por su línea colaboracionista con el
régimen chavista. Por allí han pasado Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo,
Primero Justicia, Henry Ramos Allup, Manuel Rosales, Henrique Capriles
Radonski, etc. La última etapa es la que le ha tocado a Voluntad Popular y
Leopoldo López.
Aunque
las tácticas han variado la estrategia se ha mantenido intacta: La visión
cortoplacista de emprender acciones espasmódicas para “presionar” al régimen
chavista hacia unas negociaciones que a su vez conduzcan a unas elecciones.
Todas las movilizaciones, las protestas en la calle, incluso las improvisadas
chapuzas militares, como la del 30 de abril de 2019, han sido concebidas con la
lógica de crear una amenaza que, según ellos mismo dicen, sea “creíble” para el
chavismo y que este eventualmente acceda a abandonar el poder.
Esta
política colaboracionista que se expresa en el círculo vicioso de
negociaciones-elecciones-negociaciones es la que le ha facilitado al chavismo
atornillarse al poder. Esta es una política que está históricamente condenada
al fracaso porque para triunfar depende de la voluntad del adversario. Pero en
su desarrollo esta estrategia va construyendo espejismos que la ayudan a
justificarse ante miles de venezolanos que en su desesperación estarían dispuestos a ser víctimas voluntarias de la
estafa política.
Por
ejemplo, la ilusión de unas negociaciones entre la falsa oposición y el régimen
chavista que lleven a unas elecciones que los saque del poder es tan fantasiosa
como ese constructo clientelar que llaman gobierno interino. El mal llamado
gobierno interino que preside Juan Guaidó es una creación de la Asamblea
Nacional del 2015 que pretendía vender la idea que la caída del chavismo estaba
a la vuelta de la esquina.
Pero
esto no ha ocurrido, a pesar de una veintena de países llamados “comunidad
internacional” que dicen apoyar al interinato. La realidad es que el estado
chavista sigue controlando las fuerzas militares y el territorio. La otra
realidad es que el llamado gobierno interno lejos de ser un gobierno real
alternativo al régimen chavista ha degenerado en una oficina de lobby para
contratos y otros negocios. Esto es el resultado no de una ambigua e indefinida
comunidad internacional, sino del apoyo real y concreto del gobierno de los
Estados Unidos que a través de la OFAC ha venido liberando el control de los
activos de Venezuela en el exterior para entregarlos sin control, auditoría, ni
rendición de cuentas al llamado gobierno interino. Solo en esa capacidad para
decidir sobre los activos de Venezuela en el exterior radica el poder, más
financiero que político, del hamponato interino que preside Juan Guaidó.
Leopoldo
López, Juan Guaidó y Voluntad Popular son hoy los herederos de esa política que
por más de dos décadas ha fracasado en derrocar al chavismo pero que ha probado
ser un negocio exitoso para los operadores del G4 que controlan la Asamblea
Nacional y el Interinato. Mientras los EEUU le siga entregando millones de
dólares al interinato poco importará que el apoyo internacional a este se siga
erosionando. La falsa oposición tendrá los recursos para seguir pagando por esa
costosa maquinaria de propaganda cuyo único fin es persuadir a los venezolanos
que “los deseos si preñan y que si todos nos unimos en torno a la falsa
oposición lo podemos lograr”. Si lo permitimos serán otras dos décadas de
estafa política y de consecuente barbarie chavista.- @humbertotweets
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