La falsa oposición se convirtió en
el mejor agente legitimador del régimen desde que aceptó e hizo suya la
constitución chavista de 1999. Esa constitución fue aprobada en fraude a la
anterior constitución vigente para el momento, la de 1961, en una maniobra que
implicó a quienes ejercían los poderes públicos. El haberla llevado a un referéndum
popular no le agrega legalidad a un acto que, desde el principio y por su
propia naturaleza, fue fraudulento.
Aquí se consuma el pecado original
del estado chavista, producto de un fraude a la constitucionalidad; y el de la
falsa oposición, entregada en servidumbre a reconocer una autoridad y unas
reglas de juego diseñadas para favorecer siempre al estado chavista.
Sobre esa constitución fraudulenta
de 1999 han jurado todos quienes han sido y son parte del régimen. Los
chavistas, por supuesto, pero además todos aquellos “opositores” que han
ejercido o ejercen funciones como diputados, alcaldes y concejales, formando
parte de un régimen que dicen combatir pero que les hace generosas concesiones
clientelares.
Por definición, una verdadera y
auténtica oposición no podría ni siquiera reconocerle legalidad a la constitución
chavista de 1999. Este es un asunto medular, porque partiendo de esta premisa
se va definiendo todo lo demás. El reconocimiento a esa constitución fraudulenta
es lo que ha entrampado a la falsa oposición durante casi dos décadas, viéndose
obligada a participar en sucesivas estafas electorales y a reconocer sus
resultados, tan solo para recibir los beneficios de ser una “oposición
reconocida” por el régimen.
Solo la falsa oposición que ha
defendido como suya la constitución sobre la cual se ejecutó la destrucción de
la República, es quien podría plantearse un dilema frente al no menos
fraudulento referéndum constitucional que convocará el régimen para finales de
año.
Mientras la inmensa mayoría de los
venezolanos tiene muy claro que se trata de un fraude que no se puede
convalidar con el voto, la falsa oposición se debate entre votar o no votar
para enmascarar su real intención de llamar a votar por el No. Como si ello
fuese a abonar la lucha para derrotar a un régimen que, al igual que la falsa
oposición, vive y se nutre de los fraudes electorales como su bombona de oxígeno.
No se puede reconocer la constitución
chavista de 1999, y menos aún el fraude constitucional que intenta el régimen
para convalidar su nueva constitución — no menos chavista que la anterior— en
un proceso que tiene vicios de origen, aunque estos se hayan consumado hace
casi dos décadas.
Tampoco se puede creer en la “inocente”
rueda de molino que hábilmente ha confeccionado la fiscal chavista Luisa Ortega
Díaz para ofrecerle a un sector de la falsa oposición la alternativa de lanzar
una enmienda constitucional para salvar la constitución de Chávez de 1999, nada
más y nada menos.
El rechazo masivo a ambas
constituciones no será por la vía de un voto controlado por el régimen, sino
más bien por la multiplicación de todos los esfuerzos internos y externos para
derrocar al estado chavista sostenido por una pseudo legalidad que es afanosamente
reconocida por la falsa oposición.- @humbertotweets
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