El
chavismo ha llevado la corrupción en Venezuela a niveles exponenciales. No hay
hueso sano. Militares jueces y políticos forman parte de esa poderosa hermandad
del crimen que vive de robar el tesoro nacional.
Pero
no se crea que se trata solamente de los políticos afines al régimen. El
chavismo logró desarrollar un sofisticado sistema de complicidades apoyadas en
transferencias directas de dineros públicos a operadores políticos de la falsa
oposición. Esto le permitió controlar la agenda y la actuación de estas
organizaciones que al igual que las chavistas colaboraban para sostener al
régimen y su próspera industria electoral.
En
un país como Venezuela, donde desde 1999 las elecciones han sido una mascarada
para legitimar al estado chavista, no se puede hablar de procesos electorales
justos y transparentes. Sin embargo, esto no quiere decir que no se hagan los
carnavales electorales más escandalosos como parte de la “fiesta democrática.”
Venezuela
ha tenido que acostumbrarse a la contradicción de vivir en la más depauperante
pobreza y al mismo tiempo presenciar el derroche de millones de dólares en
campañas electorales. A esto hay que agregar que operadores políticos del
régimen y los de la falsa oposición siguen viviendo ostentosamente con lujos y
abundancias que no pueden justificar y que no están al alcance del resto de los
venezolanos.
Todo
el mundo sabe de donde salen los dólares que disfrutan los Cabello, los
Rodríguez y los Maduro y sus familias. Pero en una sociedad que ha sido
corrompida por el chavismo nadie se pregunta de donde sale el dinero para
mantener a los Ramos Allup, los Ledezma, y los Falcón. ¿En que trabajan? ¿Quien
los financia?
Bajo
el régimen chavista los partidos políticos han quedado reducidos a pequeñas
franquicias nominales que son manejadas discrecionalmente en el más estricto
secreto y sin rendirle cuentas a nadie. Resultan muy útiles para postular
candidatos y ser parte de oscuras negociaciones, pero no para derrocar la
tiranía. El régimen paga los favores de estas franquicias por vía de sobornos,
contratos y hasta billetes mal escondidos en guacales de tomate.
Al
negocio de las franquicias partidistas está asociado otro segmento de
operadores enchufados que rinden sus servicios como periodistas, analistas,
encuestadores y asesores que viven de esta próspera industria electoral que ha
instalado el gobierno. Ambos actúan como sostenes de un régimen que dicen
combatir pero que en realidad es el dueño de sus almas.
A
estas franquicias partidistas que han pervertido la política y destruido la
república no se les puede dejar la conducción de la siguiente etapa. La ruptura con el actual régimen y la
posterior reconstrucción de Venezuela es una tarea moral y políticamente
superior, muy exigente para dejarla en manos de traficantes.
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