La muerte de la vía electoral ha
dejado pocas opciones para enfrentar al chavismo. En realidad, se reducen a dos;
quizá a una. O se reconoce la realidad de que el estado chavista representa el
colapso de la República de Venezuela, y por lo tanto hay que hacer todo lo
posible para destruirlo; o se le caracteriza tan sólo como un mal gobierno que
no se puede cambiar, y con el cual hay que cohabitar. No hay términos medios ni
matices.
El estado chavista se fabricó un
traje a la medida con la Constitución de 1999. Mientras esa Constitución sea la
que fije las reglas del juego político y el estado chavista se mantenga en el
poder, será imposible pensar en un cambio para Venezuela. Contrariamente, podemos
esperar que de forma suicida pisen el acelerador y se abracen a un régimen más
tiránico aún, que ni siquiera cuide las formas democráticas.
La falsa oposición, primero con la
Coordinadora Democrática, y luego con la alianza de franquicias partidistas
reunidas en la MUD, pensó durante estos diecinueve años que era posible
derrotar electoralmente al chavismo con sus propias reglas de juego. El precio
de esa ingenuidad —¿o complicidad? — es que perdimos el tiempo y renunciamos a
todas las posibilidades políticas y militares para derrocar al régimen.
Hoy, cuando millones de venezolanos
han puesto los pies en la tierra y entienden que lidiar con el chavismo es cosa
demasiado seria como para dejársela a la MUD, la oposición al régimen se vuelve
a enfrentar uno de esos dilemas existenciales: Definir al estado chavista como
el enemigo a destruir, y crear una unidad orgánica ante esta tesis para
lograrlo; o convivir política y financieramente con el régimen, propagando en
su nombre la falsa ilusión electoral.
El elenco de operadores políticos
que medraron en torno a la candidatura de Henri Falcón no dudó en reclamar para
sí la membresía de genuinos representantes de la falsa oposición, antes de que
otro más vivo se les adelante.
Por su parte, la MUD-Frente Amplio,
y sus franquicias partidistas intentan —desesperados— encontrar un término
medio que les permita ser aceptados y oponerse electoralmente al régimen, al
tiempo que cohabitan con él. Una versión tardía y menos sofisticada de la
oposición de Falcón. Sólo que aquellos aún sueñan con cubrir mejor las
apariencias.
La desesperación ante la falta de
definiciones en este punto podría provocar que algunos elementos, como Acción
Democrática (AD) y su pandilla de cuatro gobernadores, jueguen adelantado y terminen
de entregarse al régimen.
Otro sector importante de la
oposición política, representado por María Corina Machado, también se verá
forzado a escoger entre asumir la tesis de confrontar al estado chavista por la
fuerza o transar y convivir con él.
El no saber qué hacer en una
coyuntura tan delicada como ésta, es lo que reproduce el ambiente de confusión
y desesperanza que reina en el país. Sin embargo, hay un segmento de la
oposición verdadera; esa que, como millones de venezolanos, se mantiene
irreductible y se juega la vida por la causa: Los militares rebeldes que aún
conspiran para derrocar a la tiranía. Aunque provenientes de diversos componentes
y facciones, representan un amplio sentimiento en las FANB.
Tal vez por su formación militar y
comprendiendo la guerra como una ciencia y un arte a la vez, estos oficiales no
han dudado un segundo en caracterizar correctamente al enemigo como el
narcoestado chavista, y en consecuencia saben que la única salida es destruirlo
con las armas de la república, no con devaneos electoreros ni negociadores.
A diferencia de los oportunistas de
la política, estos oficiales, y los que aún quedan dentro de las FANB, han dado
muestras públicas de claridad y determinación para lograr el objetivo que los
políticos han traicionado. Con esa nueva estirpe de oficiales institucionales y
republicanos tendremos que entendernos para salvar la República. @humbertotweets
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