La tragedia de Venezuela es tener una república en ruinas,
gobernada por una dictadura con el rechazo del 80% de la sociedad, y sin una
dirección política capaz de lograr el cambio.
No es tan solo lo que dicen las encuestas. En cualquier
cola, en la calle, ocho de cada diez venezolanos rechaza y repudia al régimen.
Pero la dictadura sigue en el poder, gracias al chantaje militar y a un
perverso sistema electoral —refinado en los últimos 18 años— que le otorga
todas las ventajas al partido gobernante.
El régimen se anotó una temprana victoria política cuando persuadió
a los dirigentes de la oposición de participar en el juego electoral, como si
se tratara de una democracia. A través de unas elecciones, cuyo control lo asumió
un ente totalmente parcializado, y bajo unas reglas establecidas por la
dictadura, el régimen logró darse un necesario barniz de “democracia”. Este
camuflaje quedaría tan solo como una caricatura, de no ser por la solícita
colaboración de esa oposición que, al participar, se ve comprometida a defender
ese perverso sistema electoral.
En ese eterno intento eleccionario se le ha ido el tiempo a
la MUD y se ha disuelto la energía de la oposición. En defensa de esa política
equivocada, la MUD siempre cancela el debate diciendo que la salida no es
violenta. Ciertamente la salida a la grave crisis política y social de
Venezuela no está en más violencia, pero tampoco lo es la vía electoral dentro
de este fraudulento sistema.
De tanto jugar en el tablero electoral del régimen, a la MUD
se le olvidó por completo cómo hacer oposición. Las protestas en la calle este
año, por ejemplo, mostraron a una dirección política improvisada y errática; sin
saber qué hacer, más que insistir en suicidas manifestaciones a cielo abierto
en las autopistas del este de Caracas.
La irresponsabilidad de la MUD redujo la lucha de calle a
focos improvisados que dejaron un trágico saldo de miles de jóvenes presos y
más de un centenar asesinados por la dictadura. Este desgarrador balance es cínicamente
usado por los operadores de la MUD para argumentar que “la calle fracasó”, y
así abrirle paso a su tesis electoralista. Ellos reducen el concepto de lucha
ciudadana de calle a una manifestación improvisada, en lugar de hacer un
intento serio y honesto de organizar al 80% de la sociedad más allá de los
partidos, con una agenda de lucha para derrocar a la dictadura. Este habría
sido el sentido correcto de “lucha de calle”.
Una demostración de “calle” que tiró por el piso las tesis
de la MUD fue el resultado de la consulta popular del 16 de julio. La jornada
movilizó a millones de venezolanos a las calles de Venezuela a suscribir una
agenda política concreta para derrotar a la dictadura. Pero la dirección
política de la MUD, mejor entrenada para hacer campañas electorales que para
abordar la lucha política, ya había tramado su jugada de ir a las elecciones
regionales e ignorar los resultados de la consulta, sin ninguna explicación.
Ahora, con cinco gobernaciones adjudicadas por el régimen, con
precisión quirúrgica, y en condiciones de servidumbre, la MUD comenzará a
pensar más con la lógica de ser cogobierno que de ser alternativa política.
Operando como más una agencia de franquicias partidistas, la
MUD degradó los principios de la lucha política democrática a simples reglas de
marketing. Para deponer la dictadura chavista hay que dejar de hacer campañas
electorales y comenzar a hacer oposición.
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