Sin duda el que Juan Guaidó se haya
salido del libreto que la MUD le había preparado y acordado con el régimen de
Maduro ha precipitado lo que podría ser el final del régimen chavista.
Es público y notorio que Juan Guaidó
se juramentó como presidente encargado de Venezuela en contra de la voluntad de
los factores más oportunistas de la falsa oposición, Acción Democrática y Un
Nuevo Tiempo entre otros. Ellos ya habían acordado reiniciar otro proceso de
negociaciones y acuerdos con el régimen que en su criterio condujeran a una
transición.
La decisión oportuna y firme de
Guaidó no sólo tomó por sorpresa al régimen y su falsa oposición sino que
produjo la chispa que en cuestión de horas propagó la llama libertaria por toda
Venezuela y recibió un amplio respaldo internacional. Igualmente en las
próximas horas se podrá calibrar el impacto de este evento en el seno de las
Fuerzas Armadas venezolanas.
El reto de esta particular
coyuntura, es que sus promotores tengan la claridad para saber qué hacer y
descifrar la verdadera naturaleza de estos eventos y finalmente no queden
triturados por la propia dinámica que ayudaron a desatar.
Una de las cuestiones fundamentales
de poder que debe resolver Guaidó en las próximas horas, por ejemplo, es romper
con la camisa de fuerza que para el mismo representa la constitución de 1999 y
su sujeción a la estructura jurídica, legal y militar del estado chavista.
No resulta fácil porque Guaidó juró
como presidente encargado de Venezuela ante esa constitución y la misma
comunidad internacional apuesta a su reconocimiento con base al mismo
documento.
Esto lleva inevitablemente a
abrazarse a la inviable tesis de un gobierno de transición que es lo opuesto a
un régimen de ruptura política con el estado chavista que es justamente lo que
la gente exige en la calle. La transición que bajo el amparo de la constitución
de 1999 promueve Guaidó implica una suerte de cohabitación con facciones del
chavismo a cambio de que éstas acepten unas nuevas elecciones y eventualmente
reconozcan un nuevo gobierno.
Esta apuesta aunque seguramente
bienintencionada está preñada de ingenuidad. No es por cumplir con su pseudo
legalidad que el chavismo entregaría el poder. Esta no sería la primera ni la
última vez que el chavismo se burla de sus propias leyes. Solo una fuerza
militar, interna o externa, capaz de someterlo podría expulsarlo del poder.
Juan Guaidó y quienes le acompañan
han dado un paso decisivo con el apoyo casi unánime de los venezolanos. Ahora
les toca asumir que la fuente de ese poder es fáctica y está basada en la
legitimidad que le otorgan los venezolanos no en la pseudo legalidad y
sometimiento al estado chavista.
No se trata de una exquisitez o
capricho semántico. Por el contrario, decidir entre ser prisionero de la pseudo
legalidad chavista o romper definitivamente con ella es un tema fundamental que
podría definir el curso y el éxito de las energías que hoy han sido liberadas.